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Hamburguesas

Uno de los grandes inventos gastronómicos del siglo XX son las hamburguesas.

Estados Unidos fue donde tuvo más éxito la albóndiga aplastada, y fue aun mejor cuando le acompañaron las verduras, proteínas carbohidratos y grasas que, conquistaron a la población. De manera que, hacia finales de 1950, los restaurantes McDonald´s y Burger King, especializados en el producto, ya formaban parte habitual del paisaje estadounidense.

Hoy día ambas firmas controlan cerca de 20.000 establecimientos en todo el planeta. Y dan de comer (preferentemente hamburguesas) a unos 100 millones de personas. Una barbaridad.

Como todo el mundo sabe, no todas las hamburguesas son iguales por lo tanto es evidente que tendrán también distintos efectos en contra la salud. La ingesta habitual y descompensada de ese tipo de comida tiene mucho que ver con el rampante aumento de la obesidad entre niños y adolescentes (clientes habituales de esos restaurantes) es algo que ofrece pocas dudas.. Basta echar un vistazo (en las páginas web de las propias empresas) a la composición de los «menús» más populares, para comprobar la escasa salubridad de una dieta hipercalórica en la que abundan las grasas (incluyendo las saturadas e hidrogenadas) y escasean las verduras. El problema aumenta cuando, en la lucha por incrementar su cuota de mercado, esos restaurantes deciden ofrecer «más por su dinero». Y agigantan sus raciones, publicitándolas por medio de una agresiva campaña defendida con argumentos como «los gustos de nuestros clientes priman por encima de todo». Son sus clientes quienes deciden, por tanto: los niños.

La Agencia Española de Seguridad Alimentaria (AESA) revelaba que las hamburguesas XXL, las más grandes (y objeto de la campaña de publicidad denunciada) aportan por sí solas más de 900 calorías, algo menos de la mitad de las que necesita diariamente un adolescente, a ellas habría que añadir las de las patatas fritas y la bebida azucarada que suelen acompañarlas en los «menús» de oferta. Una bomba muy sabrosa y adictiva.

A la luz de lo que vemos en las calles y en las aulas ya es hora de que se endurezcan los controles sobre la publicidad de los alimentos que consumen los niños, algo que debe ir en paralelo a un esfuerzo cada vez mayor de información a padres y educadores. Uno de los procedimientos más adecuados -y en eso parece estar la AESA- es por medio de los compromisos de autorregulación de las empresas, tal como se viene haciendo en países en los que la obesidad infantil ya es una epidemia y es frecuente el espectáculo de jóvenes montañas de carne moviéndose con dificultad en medio del rechazo social. No se trata de regular arbitrariamente, sino de controlar qué se les ofrece a quienes no pueden defenderse. En alimentación, las tallas extragrandes de los países ricos tienden a provocar problemas sanitarios del mismo tamaño.


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